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lunes, 23 de noviembre de 2009

El empresario dominicano


Marino Zapete

Con escasas excepciones, los empresarios dominicanos son malhechores y farsantes. No cumplen con sus deberes y reclaman privilegios sin límites.

 Por lo general, contratan a contadores públicos mediocres, delincuentes, ambiciosos y sin la más mínima idea de lo que es la ética profesional, para que les organicen un sistema contable fraudulento.

Los empresarios dominicanos presentan al fisco unos estados financieros que no se corresponden con la realidad de sus empresas, con la finalidad de timar al Estado. Eso explica que en este país un porcentaje elevado de las compañías declaran haber perdido o no haber tenido beneficios durante décadas, sin que nadie se pregunte cómo se mantienen operando.

En este país, los empresarios llevan una vida dispendiosa, rodeada de lujos, con gastos que superan a los de los grandes multimillonarios de los países más ricos del mundo, y luego, sus contadores les hacen figurar su derroche como parte de los gastos de las empresas. De esa manera, reportan sumas ínfimas como beneficios o declaran pérdidas.
Hasta hace poco, aquí era normal que las empresas pagasen “por la izquierda” hasta el 80 por ciento de los sueldos de sus principales ejecutivos, con la intención de evadir el pago de impuestos.

En este país es común encontrarse con ejecutivos que aparecen en las nóminas de sus empresas con sueldos pírricos, y son propietarios de vehículos de lujo, mansiones, yates y villas millonarias en los principales centros turísticos del país. A esos pagos clandestinos se les daba el simpático nombre de “submarinos”.
Un tiempo atrás, el director de Impuestos Internos declaró a la prensa que en el país existían casi 15 mil empresas cuyos empleados mejores pagados recibían un salario que no excedía los RD$ 22,000 mensuales, y sin embargo, poseían vehículos lujosos, villas en La Romana, o eran socios del exclusivo Country Club”.

Pero el típico empresario dominicano no se conforma con evadir impuestos. Aquí, la mayoría de las industrias no observan ningún control de calidad y no se respeta ninguna reglamentación ni principio ético.
 Muy pocos dominicanos creen que la composición de un producto elaborado en este país se corresponda con lo que dice la etiqueta. Mucho menos se puede confiar en que los envases contienen la cantidad que aseguran dichas etiquetas.

Una buena parte de los empresarios dominicanos prefieren sobornar a los servidores de la administración pública para burlar los controles de calidad y el pago de ciertas contribuciones, con lo cual estimulan la violación de las normas y los procedimientos, fomentando la corrupción y la falta de institucionalidad.
 ¿Quién puede asegurar que los animales que se sacrifican diariamente en los mataderos dominicanos para comercializarlos o para procesarlos, llenan los requisitos sanitarios que exigen las leyes?. La Realidad es que el dominicano no sabe lo que come, gracias a los empresarios que tenemos.

Durante décadas, los empresarios dominicanos presionaron a los gobiernos para que no permitieran la competencia en el mercado interno, sometiendo a los consumidores a pagar precios exorbitantes por productos de escasa calidad, bajo la prédica de que el Estado debía proteger a la industria nacional.
 Aquí abundan las empresas de servicios que engañan descaradamente a sus clientes. Por ejemplo, hay compañías de televisión por cable que le venden un paquete de canales a un usuario, y a los pocos días eliminan una parte de los canales ofertados y obligan a dicho cliente a comprar el mismo servicio nuevamente.

Las compañías telefónicas venden a sus usuarios unos paquetes cargados de falsas promesas y un servicio de tiempo medido donde ellos son los jueces y las partes. Para colmo, son los que pagan los sueldos de los funcionarios que deberían regular sus operaciones.
Ni hablar de las clínicas que cargan a las cuentas de los pacientes una serie de productos y servicios que no ofrecen, o de los supermercados y restaurantes que mezclan productos comestibles de pésima calidad y los venden como si fueran de primera.

En fin, la mayoría de los empresarios dominicanos son una especie de tragamonedas, sin escrúpulos, que no tienen el más mínimo criterio de lo que es una sociedad, y que siempre creen que el día hoy es su última oportunidad para acumular la fortuna que necesitan para su futuro y el de toda su descendencia.
 Y ahora, como colofón, se les ha ocurrido la brillante idea de reducir sus costos robando el sudor de los trabajadores.
Marino Zapete
Periodista y escritor, autor de Jarabe para la Memoria.
Noticias SIN
Caricatura: Mercader

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