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martes, 24 de enero de 2017

Nuestros militares son pueblo también


Las camisetas del oficial
Esta semana promete ser intensa. La marcha del pasado domingo 22 será llevada en probeta al laboratorio de los analistas. No faltarán las disecciones ni las lecturas más entusiastas a favor y en contra. Ya me imagino a los soñadores hablar de revoluciones épicas y a los teóricos escribir sobre la infertilidad de la indignación sin propuestas.

Pensar en los cientos de artículos de opinión que analizarán el “fenómeno” ya me pone nervioso. Los academicistas se preguntarán ¿y ahora qué?, como seguro se escucharán a algunos catadores de marcas políticas atribuirle a intereses extraños el éxito y los fondos de esta cruzada. Los omisos, en nombre de un ausentismo mágico-religioso, no se darán por enterados: seguirán ocupados en el duelo de los Tigres y las Águilas.

Tampoco faltará la baba escurrida por la vocinglería de los medios. Ya sus buhoneros se mueven frenéticos detrás de los bonos que se cotizan en ese mercadillo de intriga tendido sobre la palabra como mercancía barata. Arrancaron con su rumba dándoles golpes a los cueros al son de diatribas y censuras facturadas sin comprobantes fiscales.

Obvio, en el discurso tragicómico del Gobierno no faltará una fingida inflexión pretendiendo escuchar el clamor popular con anuncios de posiciones firmes en contra de la impunidad en el caso Odebrecht y al amparo de un estribillo que ya cantan hasta en Villa Vásquez: “llegaremos hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga”. Lo ingrato es que la investigación parece estar confinada en un módulo cerrado de ingravidez donde todo flota y nadie cae. Ya quiso el Gobierno desactivar la marcha con el apresurado anuncio de un acuerdo con la firma extranjera cuyos términos está compelido a transparentar. El contenido de esa negociación revelará finalmente su verdadera intención con el caso. Vale la pena estar pendientes.

La marcha fue un testimonio pletórico de la intolerancia de la gente con la degradación del sistema político. Germinó, brotó y se dio de forma espontánea. Fue una fuerza social sin rostro, nombre ni protagonistas que se desató de las convicciones más hondas de la gente y como enunciado firme de su hastío; una construcción ciudadana artesanalmente alzada con el empuje de muchos pero menudos esfuerzos. Ha sido el ensayo de manifestación ciudadana más grande de los últimos años. La idea ahora es desmeritarla, politizarla, disminuirla o contrapesarla. Ese camino no es sano ni correcto; el Gobierno y la sociedad deben recibir y acatar en su justo espíritu el sentir de la gente. Darle la espalda o desafiarlo políticamente es torpe y contumaz.

Me moví entré la multitud apretujada, sudorosa y jadeante que dejaba las entrañas en cada grito. Tropecé con el paso torpe y cansado de muchos ancianos, besé el rostro candoroso de algunas monjitas, vi asomar la greña del padre Rogelio con su tribu de peregrinos, entré a las filas de militantes evangélicos confundidos con activistas LGBT,  divisé a gente en sillas de ruedas. Las banderas eran blandidas con las fibras del alma mientras los tañidos de los tambores se agolpaban en el pecho de la juventud hasta arrebatarle gritos delirantes.

Pero lo más conmovedor de toda esta crónica lo encarnó una extraña petición de un militar, quien me hizo una señal discreta pero firme: “Señor, hágame el favor”. Después de mirar hacia todos los lados, con voz queda y mirada esquiva, me dijo: “¿Quién me puede regalar tres camisetas de esas para llevárselas a mis hijos? Con cuidado, porque yo soy oficial”. Luego de algunos arreglos y de forma furtiva, como quien maniobra en un contrabando, le dejé caer lo pedido en una funda arrugada. La reciedumbre de su rostro se trocó por una sonrisa luminosa. El mensaje me quedó muy claro, aunque con ello detone la paranoia golpista de Almeyda.


José Luis Taveras
Acento

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